Escudo de armas del apellido Chacón, aportación del Lic.  Jhollman Chacón R., diseñador gráfico, de Montevideo (Uruguay)
Leyenda del escudo de la familia Chacón: Peligro tiene la vida, cuando la honra es más subida.
Relatos de Honor


Torneo medieval
Leyenda de Almanzor y el soldado cristiano

A la terminación de uno de los victoriosos combates que libró contra los cristianos, paseaba Almanzor por el que había sido campo de batalla. El suelo estaba cubierto de cadáveres, y el caudillo musulmán alcanzó a ver a un soldado cristiano, que tenía una cuchillada en un brazo, y que merodeaba por allí como buscando algo. Almanzor se dirigió a él diciéndole:

—¿Qué haces ahí, insensato? ¿No sabes que tu rey ha sido vencido por mí, y que si no huyes enseguida tu destino es ser hecho prisionero y reducido a la esclavitud?

El cristiano, que había reconocido a Almanzor porque detrás de él estaba su alférez con la bandera del Islam, y además iba acompañado de una importante escolta, le contestó:

—¡Oh Almanzor, adalid de los ejércitos musulmanes!. Estoy aquí buscando el cadáver de mi capitán, que murió junto a mí en la batalla. Antes de comenzar la lucha, me hizo jurarle en el nombre de Dios que si él resultaba muerto y yo conseguía salvar la vida, buscaría su cuerpo y le daría digna sepultura, para que no fuera profanado por las alimañas. Yo te ruego que me permitas continuar la búsqueda y cumplir mi juramento, que después seré tu prisionero y esclavo, de acuerdo con lo que establecen las leyes de la guerra.

Accedió Almanzor a lo solicitado por el cristiano, y no sólo esto, sino que lo acompañó hasta que encontraron al capitán, que yacía muerto en una hondonada. El soldado, a pesar de sus heridas, cavó una tumba en lo alto de un promontorio y arrastró hasta ella el cuerpo de su capitán. Almanzor permaneció respetuosamente a un lado mientras el cristiano arreglaba en lo posible las ropas del muerto, colocaba sus armas junto a él y rezaba después una oración, y cuando se disponía a cubrir el cadáver con tierra, Almanzor se quitó la capa y la colocó sobre él.

Terminado que fue el enterramiento, el soldado cristiano dijo:

—Ahora soy tu prisionero y esclavo, poderoso Almanzor, y siempre seré tu más fiel servidor, en agradecimiento a haberme dejado cumplir mi juramento.

A lo que contestó Almanzor:

—No permitiré yo que tan leal soldado y noble caballero sea reducido a la esclavitud. Toma mi caballo, que quiero que aceptes como regalo, y vete en buena hora. Te acompañará uno de mis capitanes, que cuidará de que no seas molestado por los soldados de mis ejércitos mientras llegas a donde están los tuyos. Que Alá te acompañe, buen soldado.

Debilitado por sus heridas y por el esfuerzo realizado para enterrar a su capitán, el soldado cristiano cayó desvanecido. Cuando recobró el conocimiento, se escontraba en el interior de una sobria estancia, en una fortaleza de los cristianos. Un caballero de aspecto recio y majestuoso se inclinaba sobre él. Era el rey de León, que le dijo:

—Hijo mío, un capitán y dos soldados musulmanes te han traído hasta aquí en unas parihuelas. El capitán me ha contado lo que te ha ocurrido con Almanzor, y me ha entregado el caballo que éste te ha regalado. En verdad que estoy orgulloso de tu noble actitud al no dejar abandonado al cuerpo de tu capitán, lo que ha inspirado el respeto del caudillo de los musulmanes.

Quiero anunciarte que, cuando te recuperes de tus heridas, te elevaré de tu condición de escudero y serás armado caballero, de acuerdo con la costumbre que se sigue en mis reinos para premiar las meritorias acciones de sus soldados. Desde entonces, tú y tus descendientes podréis usar un escudo de armas en el que, bajo la corona condal del título que te concedo, aparecerá un caballo rampante de oro sobre campo de azur, en recuerdo de lo ocurrido. Asimismo seréis poseedores, en señorío y bajo la dependencia de mi Corona, de todas las tierras que puedan divisarse desde el promontorio en el que está enterrado tu capitán.